Estoy repitiendo en diversos lugares y ocasiones, mis queridos Familia Salesiana, amigos y amigos de la Obra Don Bosco, y todos los que se reúnen cada mes en las páginas de esta revista: cada día hay «milagros» maravillosos de educación que cambiarán para siempre la vida de muchos niños y niñas. Lo digo con certeza porque yo mismo fui testigo y mi corazón se llena de alegría y esperanza.
La fiesta de Don Bosco en Sierra Leona
Este año celebré la fiesta de Don Bosco, el 31 de enero, en Sierra Leona. Yo quería vivir la fiesta con mis hermanos que trabajan en ese país y con sus niños y jóvenes. También pude pasar una mañana con los jóvenes reclusos en la prisión de la capital. Dondequiera he visto mucho dolor, pero también un montón de esperanza. Una esperanza que tiene tanto que ver con la presencia diaria de salesianos y laicos voluntarios en ese lugar de castigo.
Estaba en compañía de los niños recogidos de la calle que viven y se educan en la casa de Don Bosco. Y me sentí abrumado por la emoción de escuchar las palabras de una chica, alrededor de 25 años, que contó su historia frente a todos. Entre los presentes había treinta y ocho niñas que escaparon de las redes de explotación sexual.
Esa chica había sufrido terribles abusos y la violencia en su familia al perder a su madre, pero cuando finalmente fue capaz de salir de su casa y su ciudad, llegó a la casa de Don Bosco, y allí encontró un hogar, una familia, un refugio seguro y una manera de prepararse para la vida.
Esta historia me conmovió. Sobre todo porque la chica tuvo el valor de decir a los jóvenes que escuchaban que lo más importante de la liberación de las cadenas de la violencia y el abuso fue haber encontrado un hogar y la oportunidad de estudiar y prepararse para la vida. Ahora podía valerse por sí misma, con una vida feliz y de trabajo calificada.
«No llores»
Estoy más convencido que nunca de que cada día ocurre algo extraordinario: son «los milagros educativos» en muchas áreas del mundo y ciertamente en casi todas las casas salesianas. Son verdaderos milagros de niños y niñas que han tenido una oportunidad, los que fueron rescatados de la calle, y que han encontrado aceptación en una casa salesiana, donde los recibieron padres y madres auténticas, que sólo viven para amarlos y educarlos. Los milagros que cambian su vida para siempre y que perforan la pared opresiva y brutal de miedo que los atormenta desde el nacimiento, son el paso necesario para la vida como el aire, ese nuevo aliento que se llama esperanza.
Son hombres y mujeres que para hacer milagros, como Jesús en Nain, dicen «¡No llores!». Y al igual que Jesús, Don Bosco fue capaz de mostrar profundamente el amor del Padre para los más pequeños, con la capacidad de sufrir con ellos y aliviar su dolor. Este es el testimonio de que Don Bosco nos ha dejado.
Los primeros Salesianos y las Hijas de María Auxiliadora se dispusieron a dar una nueva oportunidad de vida a los que estaban convencidos de que no tenían ninguna. Prepararon a los chicos a la vida y a la fe en la vida en un ambiente de afecto y comprensión.
Como se desprende del cuento de un viejo sabia titulado «El Secreto»: «De niño, Mardoqueo era una verdadera plaga. Así que sus padres lo llevaron a ver a un hombre santo al que todos recurrían a buscar consejo en los casos más difíciles. «Déjamelo aquí un cuarto de hora,» dijo el hombre santo. Cuando los padres se habían ido, el anciano cerró la puerta. Mardoqueo sintió un poco de miedo. El hombre santo se acercó al niño y, en silencio, lo abrazó. Lo abrazó intensamente.
Ese día, Mardoqueo aprendió cómo se convertía a los hombres».
El bosque que crece
Hoy, treinta grupos que forman la Familia Salesiana hacen esto en todo el mundo, cada uno con sus propias características específicas, se alimentan de la misma fuente del carisma salesiano.
En un mundo donde todo es más y más material, escéptico y pragmático, puede parecer extraño hablar de los milagros. Pero quiero subrayar esta realidad brillante. El bien que se hace, y si es así, que no esté oculto. «Que vean vuestras buenas obras», dijo Jesús a los suyos. El sueño de un mundo de paz, serenidad, en donde se sienta respeto y atención.
Ánimo, pues. Podemos hacer milagros. Hay algunos en la primera fila y otros que ayudan y apoyan. Hay educadores, religiosos y laicos que consumen todos los días de su vida, para que jóvenes desfavorecidos tengan futuro y esperanza. Podemos apoyar y ayudar a ellos, proporcionándoles la solidaridad, el afecto y los medios prácticos.
Sabemos la verdad profunda que encierra la máxima que afirma que un árbol que cae hace más ruido que un bosque que crece. Nosotros somos los que hacemos que el bosque crezca cada día lleno de esperanza y sentido de la vida para muchas personas que no tienen nada que perder, porque ya han perdido todo, y que tienen derecho a ganar.
Este es el compromiso de la Familia Salesiana en el mundo.
EL MENSAJE DEL RECTOR MAYOR
ÁNGEL FERNÁNDEZ ARTIME