La vocación a ser Salesiano Cooperador es una invitación a ponerse en camino para desarrollar la vida bautismal del cristiano. Esta vida es al mismo tiempo don y tarea. Es don porque cada uno recibe de Dios una invitación personal a realizarse a sí mismo poniendo su vida al servicio del Reino. También es tarea y responsabilidad, porque Dios actúa con la colaboración de la persona; es una llamada a abrirse y a cooperar con la acción transformadora de Dios, de modo que la propia vida sea totalmente guiada por el Espíritu.
Para el Salesiano Cooperador, este «abrirse y cooperar» significa hacer realidad en la propia vida los valores evangélicos descritos en el Proyecto de Vida Apostólica. Se llega a ser Salesiano Cooperador de verdad cuando los valores característicos del buen cristiano y del honrado ciudadano llegan a configurar su mentalidad y sus motivaciones fundamentales, sus actitudes y sus comportamientos; en síntesis, cuando la identidad ideal descrita en el Proyecto de Vida Apostólica se hace identidad real, vivida en humilde sinceridad por la persona. Dicha vocación es original en sus rasgos característicos, rica en sus contenidos y comprometedora en sus exigencias.
La llamada del Señor a ser Salesiano Cooperador no supone, sin embargo, que uno posea desde el principio y con plena madurez, todas las características que ella requiere; tampoco quiere decir que uno viva ya plena y coherentemente todas las implicaciones que lleva consigo. Para responder con congruencia a esta llamada es necesaria, en cada caso, una formación sólida.
¿Para qué un nuevo documento?
Después del Concilio Vaticano II todas las Asociaciones fueron invitadas a redescubrir la inspiración originaria de sus carismas; se dio así comienzo, también en el seno de la Asociación de los Salesianos Cooperadores, a un proceso de renovación y de discernimiento que, en etapas diversas, ha llegado hasta la aprobación del nuevo Proyecto de Vida Apostólica.
Además, las exigencias inherentes a un compromiso cristiano válido en el mundo actual, han llevado a los grupos y a los movimientos eclesiásticos a insistir, mucho más que en el pasado, en la importancia de una formación sólida y en la necesidad que tiene el apóstol de mantenerse activo y al día. La cultura actual, en efecto, lanza de continuo interrogantes y retos nuevos. La Iglesia, guiada por el Espíritu Santo, ofrece nuevos estímulos en la doctrina, en la praxis pastoral y en la vida espiritual. La existencia del hombre y de la mujer pasa por fases diversas con problemas y oportunidades siempre nuevas; por eso nunca es posible considerarse definitivamente formados. La formación es un proceso permanente de renovación.
Estos principios generales y las indicaciones operativas correspondientes tienen, por tanto, una única finalidad: llevar al Salesiano Cooperador a comprender la riqueza de su vocación para ayudarle a responder a los desafíos que el mundo, y de manera particular los jóvenes, plantean a la fe cristiana y a la misión salesiana. Tales principios constituyen, además, un referente importante para todos aquellos que tienen responsabilidades formativas en la Asociación.
Para lograr estos objetivos se requiere una adecuada madurez humana y una buena apertura cultural (dimensión humana), profundización en la fe (dimensión cristiana) y una opción educativa y apostólica en el espíritu de Don Bosco (dimensión salesiana). Estas tres dimensiones constituyen el planteamiento estructural en que se inspira este nuevo documento, de acuerdo con las orientaciones de la Christifideles laici.
Es necesario que arraigue en todos la convicción de que el interés por una formación adecuada hoy es imprescindible para el bien de la persona, para el futuro de la Asociación y para la eficacia de la acción apostólica, la cual se hace significativa solo si está apoyada por el testimonio e iluminada por motivaciones adecuadas.

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